LIMOSNERO DE PUERTA EN PUERTA
“Hermanos, hagan bien para sí mismos, ayudando a los pobres”, era la cantinela repetida en las noches con voz lastimera por Juan de Dios, el loco de Granada. Fue ese el primer mensaje que sus seguidores repitieron, con una olla en un brazo y la capacha al hombro, testificando así en un mismo acto el amor de Dios y el amor al prójimo. De esta forma sencilla, y con atuendo de mendigo, el pobre de Dios fue llenando la ciudad de Granada y todas las granadas del mundo de la inmensa caridad y la hermosa generosidad de las gentes que encontraron en esos modos nuevos de hacer presente a Jesús a través de acordarse concretamente de aquellos que más lo necesitaban, lo que es capaz de hacer por los demás aquel para quien sólo Dios basta.
Tan empobrecido y hermano de los pobres lo vio Lope de Vega, que escribió de él que “amó la pobreza de manera que si un ángel y un pobre juntos viera, dejara al ángel y abrazara al pobre”. Algo que los Hermanos tuvieron que asumir también al ir al nuevo mundo en las expediciones de misioneros hospitalarios. Una tradición que se remonta a los que Agustín Laborde denominaba “hermanos de la capacha”, a aquellos hermanos limosneros que fray Gerundio de Campazas nombra como “los hermanos de olla y gazpacho”, a los que en la calurosa ciudad de Maracaibo decían las gentes que “a la hora de la siesta sólo verás en las calles a los burros y a los Hermanos de San Juan de Dios”. Gracioso, pero cierto. La sacrificada labor de los Hermanos data desde los principios. El Santo de los pobres no podía ver una necesidad sin remediarla y “como son muchos los pobres que llegan a esta casa de Dios y… como para todo esto no hay renta, lo pido o lo tomo fiado y… Dios proveerá”. Era cierto que en su hospital se acogía a cojos, mancos, ciegos, viejos y muy niños. Y que a todos se les daba amor. Pero el pan de cada día no caía del cielo. Había que buscarlo. Y si quería poner en pie a todos sus pobres y enfermos, tenía que ingeniárselas para que nunca le faltara lo necesario para vivir. De día atendía las necesidades principales y de noche rezaba y salía por las calles a pedir.
Así se iniciaron los primeros Hermanos y tan vivamente lo hacían y limosnaban por las ciudades italianas, que aun hoy reconocen y nombran así a los mismos: “fatebenefratelli”, es decir, hermanos, haced el bien. Todo un propósito y un programa de acción evangélica. En los países germánicos, les continúan llamando “hermanos de la misericordia”. “Los Juaninos”, en México. Y es que Juan de Dios se hizo misericordia, limosna y de Dios, por su vida y por sus hechos.
Hasta tiempos muy recientes, los Hermanos han usado de la limosna como un medio eficaz para poder sacar adelante los centros y las obras que se realizaban de atención a los más necesitados. El elogio de la limosna viene dado no sólo de los beneficios que reportaba, sino de la oportunidad de expresar el mensaje del evangelio de la misericordia. Los Hermanos cuando pedían, estaban dando. Ese fue el objetivo primero: hazte bien a ti mismo. Y así fue creciendo la hospitalidad juandediana.
Hace varias décadas, nuestros Hermanos, hechas las camas de los enfermos, participado en la misa y tomada una refección, tomaban la cartera y se arrodillaban ante el superior –en un acto que se llamaba “rendir obediencia”- besando el escapulario y solicitándole permiso para salir por las calles a pedir. Lo mismo hacían al regreso. Y ya fuese la limosna en dinero o en especie, los Hermanos cargaban igualmente con mucho amor porque ese era el sustento de los pobres. Tú limosna y la fe, mantendrán tu casa en pie. Y a pedir tocaban de puerta en puerta, por pueblos y campos, en verano o en invierno, en barriadas y pueblos de todas las clases sociales, pero especialmente de gente sencilla, superando muchas etapas viviendo fuera de la comunidad pero recogiéndose de nuevo para reponer fuerzas y calor fraterno.
Destacaron Hermanos limosneros en estos últimos años: H.Bonifacio, en Córdoba; H. Fernando Erice, en Granada; H. Francisco, en Sevilla; Hnos. Aurelio y Rogelio, en Las Palmas; H. Adrián, en Jerez de la Frontera… y tantos otros cuyos nombres dejaron marcados los caminos pedigüeños de bondad, ternura y santidad. Porque quien sembraba en la mano del pobre, obtenía la mejor cosecha, ya que “la caridad cubre la multitud de los pecados”. Solicitar la bendita limosna fue el canto de los hospitalarios a la mayor y mejor generosidad de las gentes, superando el sacrificio personal y la vergüenza de tener que pedir al saber que siempre lo hacían para el bien de los otros más necesitados.
Hoy la limosna se ha transformado de modo más actualizado. Ingresos por correo, por banco, organizando eventos o competiciones con ánimo benéfico, mediante obtención de números en combinación con la lotería o con donativos en especie. Todo un mundo de cooperación desinteresada pero eficaz que hacen de la antigua limosna una nueva manera de aportar sin la exigencia de la presencia física del Hermano pero sabiendo que la institución San Juan de Dios, como tantas otras, y sus obras-benéfico sociales siguen poniendo un plus de calidad y de humanitarias atenciones que la sociedad entera valora mucho. Limosneros hoy se sienten muchos de nuestros nuevos gerentes cuando se acercan a la administración pública con el sano intento de mejorar los conciertos, sus carteras de servicios y que la actividad no decaiga, porque, entre otras cosas, mucho personal humanizado y sus familias están en juego. Los Hermanos, mientras, siguen promocionando con su testimonio y entrega los recursos de las obras sociales en el sincero afán de seguir acogiendo a los más necesitados. Todos unidos para servir mejor es la consigna de esta familia hospitalaria de San Juan de Dios.
Hno. José Ramón Pérez
“Hermanos, hagan bien para sí mismos, ayudando a los pobres”, era la cantinela repetida en las noches con voz lastimera por Juan de Dios, el loco de Granada. Fue ese el primer mensaje que sus seguidores repitieron, con una olla en un brazo y la capacha al hombro, testificando así en un mismo acto el amor de Dios y el amor al prójimo. De esta forma sencilla, y con atuendo de mendigo, el pobre de Dios fue llenando la ciudad de Granada y todas las granadas del mundo de la inmensa caridad y la hermosa generosidad de las gentes que encontraron en esos modos nuevos de hacer presente a Jesús a través de acordarse concretamente de aquellos que más lo necesitaban, lo que es capaz de hacer por los demás aquel para quien sólo Dios basta.
Tan empobrecido y hermano de los pobres lo vio Lope de Vega, que escribió de él que “amó la pobreza de manera que si un ángel y un pobre juntos viera, dejara al ángel y abrazara al pobre”. Algo que los Hermanos tuvieron que asumir también al ir al nuevo mundo en las expediciones de misioneros hospitalarios. Una tradición que se remonta a los que Agustín Laborde denominaba “hermanos de la capacha”, a aquellos hermanos limosneros que fray Gerundio de Campazas nombra como “los hermanos de olla y gazpacho”, a los que en la calurosa ciudad de Maracaibo decían las gentes que “a la hora de la siesta sólo verás en las calles a los burros y a los Hermanos de San Juan de Dios”. Gracioso, pero cierto. La sacrificada labor de los Hermanos data desde los principios. El Santo de los pobres no podía ver una necesidad sin remediarla y “como son muchos los pobres que llegan a esta casa de Dios y… como para todo esto no hay renta, lo pido o lo tomo fiado y… Dios proveerá”. Era cierto que en su hospital se acogía a cojos, mancos, ciegos, viejos y muy niños. Y que a todos se les daba amor. Pero el pan de cada día no caía del cielo. Había que buscarlo. Y si quería poner en pie a todos sus pobres y enfermos, tenía que ingeniárselas para que nunca le faltara lo necesario para vivir. De día atendía las necesidades principales y de noche rezaba y salía por las calles a pedir.
Así se iniciaron los primeros Hermanos y tan vivamente lo hacían y limosnaban por las ciudades italianas, que aun hoy reconocen y nombran así a los mismos: “fatebenefratelli”, es decir, hermanos, haced el bien. Todo un propósito y un programa de acción evangélica. En los países germánicos, les continúan llamando “hermanos de la misericordia”. “Los Juaninos”, en México. Y es que Juan de Dios se hizo misericordia, limosna y de Dios, por su vida y por sus hechos.
Hasta tiempos muy recientes, los Hermanos han usado de la limosna como un medio eficaz para poder sacar adelante los centros y las obras que se realizaban de atención a los más necesitados. El elogio de la limosna viene dado no sólo de los beneficios que reportaba, sino de la oportunidad de expresar el mensaje del evangelio de la misericordia. Los Hermanos cuando pedían, estaban dando. Ese fue el objetivo primero: hazte bien a ti mismo. Y así fue creciendo la hospitalidad juandediana.
Hace varias décadas, nuestros Hermanos, hechas las camas de los enfermos, participado en la misa y tomada una refección, tomaban la cartera y se arrodillaban ante el superior –en un acto que se llamaba “rendir obediencia”- besando el escapulario y solicitándole permiso para salir por las calles a pedir. Lo mismo hacían al regreso. Y ya fuese la limosna en dinero o en especie, los Hermanos cargaban igualmente con mucho amor porque ese era el sustento de los pobres. Tú limosna y la fe, mantendrán tu casa en pie. Y a pedir tocaban de puerta en puerta, por pueblos y campos, en verano o en invierno, en barriadas y pueblos de todas las clases sociales, pero especialmente de gente sencilla, superando muchas etapas viviendo fuera de la comunidad pero recogiéndose de nuevo para reponer fuerzas y calor fraterno.
Destacaron Hermanos limosneros en estos últimos años: H.Bonifacio, en Córdoba; H. Fernando Erice, en Granada; H. Francisco, en Sevilla; Hnos. Aurelio y Rogelio, en Las Palmas; H. Adrián, en Jerez de la Frontera… y tantos otros cuyos nombres dejaron marcados los caminos pedigüeños de bondad, ternura y santidad. Porque quien sembraba en la mano del pobre, obtenía la mejor cosecha, ya que “la caridad cubre la multitud de los pecados”. Solicitar la bendita limosna fue el canto de los hospitalarios a la mayor y mejor generosidad de las gentes, superando el sacrificio personal y la vergüenza de tener que pedir al saber que siempre lo hacían para el bien de los otros más necesitados.
Hoy la limosna se ha transformado de modo más actualizado. Ingresos por correo, por banco, organizando eventos o competiciones con ánimo benéfico, mediante obtención de números en combinación con la lotería o con donativos en especie. Todo un mundo de cooperación desinteresada pero eficaz que hacen de la antigua limosna una nueva manera de aportar sin la exigencia de la presencia física del Hermano pero sabiendo que la institución San Juan de Dios, como tantas otras, y sus obras-benéfico sociales siguen poniendo un plus de calidad y de humanitarias atenciones que la sociedad entera valora mucho. Limosneros hoy se sienten muchos de nuestros nuevos gerentes cuando se acercan a la administración pública con el sano intento de mejorar los conciertos, sus carteras de servicios y que la actividad no decaiga, porque, entre otras cosas, mucho personal humanizado y sus familias están en juego. Los Hermanos, mientras, siguen promocionando con su testimonio y entrega los recursos de las obras sociales en el sincero afán de seguir acogiendo a los más necesitados. Todos unidos para servir mejor es la consigna de esta familia hospitalaria de San Juan de Dios.
Hno. José Ramón Pérez